De entre el dónde, el cuándo y el cómo, siempre predominó el cuándo.
Ni un por qué, ni un qué. Mucho menos un para qué… Poco importan.
Si no existe el momento, de nada sirve el lugar, de nada sirven las formas.
El lastimero resonar de los goznes del tiempo se silencia cuando el viento de la nostalgia cesa, y deja reposar en calma sueños que fueron, atormentados por su insulso devenir.
Ascuas de fuegos encendidos en días fríos se consumen sin remedio, dejando restos carbonizados, extintas las llamas. El calor, tan necesario, se apaga cuando todo alrededor es gélido.
La frágil belleza de la escarcha en un alba marcha con los primeros rayos, mientras quedan al raso trémulos ocasos. Sólo nace el sol cuando muere la noche.
El mañana es un ayer que sucede hoy. Que no volverá. Y que estará más presente cuando sea ya pasado.
Ciego de sentires, todo se torna gris cuando al final sólo quedan vivencias insípidas. Olvidado el cómo, el dónde, y sin certeza del cuándo ocurrieron. Ni si lo hicieron.
Y entre tanto, los instantes se desvanecen, desechando hechos desechos echados a perder.
Es triste inventar recuerdos.
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