Sin extremos...

He recibido lo siguiente, se ignora el autor, sin embargo invita a la reflexión. Como en todo, ni tanto que queme, ni tan poco que no alumbre… si logramos encontrar el punto medio a nuestra individual situación y somos constantes así como consientes, todo irá bien.

Los extremos no se deben tocar

Somos las primeras generaciones de padres decididos a no repetir con los hijos los errores de nuestros progenitores y en el esfuerzo de abolir los abusos del pasado somos los más comprensivos pero a la vez los más débiles e inseguros que ha dado la historia.

Lo grave es que estamos lidiando con unos niños más igualados, beligerantes y poderosos que nunca.

Parece que en nuestro intento por ser los padres que quisimos tener, pasamos de un extremo al otro. Así, somos los últimos hijos regañados por los padres y los primeros padres a quienes los hijos nos regañan; los últimos que crecimos bajo el mando de los padres y los primeros que vivimos bajo el yugo de los hijos, y lo que es peor, los últimos que respetamos a nuestros padres y los primeros que aceptamos que nuestros hijos no nos respeten.

En la medida que el permisivismo remplazó al autoritarismo, los términos de las relaciones familiares han cambiado en forma radical, para bien y para mal. En efecto, antes se consideraban buenos padres a aquellos cuyos hijos se comportaban bien, obedecían sus órdenes y los trataban con el debido respeto y, buenos hijos a quienes eran formales y veneraban a sus padres. Sin embargo, en proporción al desvanecimiento de las fronteras jerárquicas, hoy, los buenos padres son aquellos que logran que sus hijos los amen, aunque no los respeten, y son los hijos ahora quienes esperan respeto de sus padres, entendiendo por tal que les respeten sus ideas, sus gustos, sus apetencias así como su forma de actuar y de vivir, y que además le patrocinen lo que necesita para tal fin. Como quien dice, los roles se invirtieron, ahora son los padres quienes tienen que complacer a sus hijos para poder ganárselos, y no a la inversa, como en el pasado.

Esto puede explicar el esfuerzo que hacen hoy tantos padres (papá y mamá) por ser los mejores amigos y parecerles chéveres a sus hijos.

Se ha dicho que los extremos no se deben tocar y si el autoritarismo del pasado llenó a los hijos de temor hacia los padres, la debilidad del presente les llena de miedo y menosprecio al vernos tan débiles y perdidos como ellos. Los hijos necesitan percibir que durante la niñez estamos a la cabeza de sus vidas como líderes capaces de sujetarlos cuando no se pueden contener y capaces de guiarlos mientras no saben para donde van.
Si bien el autoritarismo aplasta, el permisivismo ahoga, solo la actitud firme y respetuosa les permitirá confiar en nuestra idoneidad para guiar sus vidas, mientras sean menores, por que vamos adelante liderándolos y no atrás cargándolos y rendidos a su voluntad. Así evitaremos que las nuevas generaciones se ahoguen en el descontrol y hastió en el que se está hundiendo una sociedad que parece ir a la deriva, sin parámetros ni destino.
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