La literatura, el principal instrumento de cultura.
Comparto un texto de Camilo Valverde Mudarra, Lic. En Filología Románica Catedrático de Lengua y Literatura Españolas, Diplomado en Ciencias Bíblicas y poeta. Esto lo único que a logrado es hacer evidente mi posible pobreza mental, sin embargo, esto también me anima a continuar aprendiendo, algo para lo que me encuentro siempre muy bien dispuesto. No pretendo ser escritor, mucho menos artista poeta pero siempre será importante mejorar o crear un hábito de expresión claro y ordenado. Dejo lo siguiente a tu amable consideración, complácete o flagélate…
Todo el mundo se expresa en su lengua materna. Con más o menos corrección, cualquier hablante sabe hablar lo justo para entenderse con su entorno y puede, mediante las tres funciones principales del lenguaje, comunicar su pensamiento: Ha comido en casa, es la función enunciativa, en que el hablante sólo indica la realidad objetiva, hechos o sucesos del mundo exterior; ¡Tengo gran tristeza!, la expresiva, en la que se manifiesta la realidad subjetiva, acontecimientos o sentimientos del propio hablante, producto de su mundo interior; y, Ven temprano, la conativa, por la que conmina y obliga a actuar al interlocutor. Se cometen frecuentes incorrecciones al hablar; y, sin apreciarlo, normalmente se usa un léxico muy reducido, a veces se cortan las frases y no se llegan a terminar; estas deficiencias se suplen con los gestos, la expresión del rostro, el tono de la voz, la situación en que se habla, que facilitan la comprensión. Sin embargo, la expresión escrita no es tan fácil, exige un mayor esfuerzo; al escribir, solamente se emplean medios lingüísticos, lo que obliga a recurrir exclusivamente a los conocimientos del idioma y a aplicarlos con corrección. La lengua es el medio de manifestar el pensamiento, por ello, escribir bien es un indicio de la mente sana y recta, del pensar bien; y, viceversa, un mal escrito es seña evidente de la pobreza mental del autor; una sencilla línea es suficiente para hacer el diagnóstico intelectual del que escribe.
El escribir bien no quiere decir ser un excelente escritor ni reputado artista, sino llegar a alcanzar con el ejercicio y práctica del idioma, una capacidad mental superior y un hábito de expresión claro y ordenado de los conceptos; muchos escritos cobran su belleza de la claridad y el orden, que, por otra parte, son los supuestos mínimos exigibles en una buena expresión; pues, en el ámbito lingüístico, dos rasgos inexcusables, propiedad y corrección han de estar presentes en toda manifestación escrita. La primera consiste en el empleo de las palabras adecuadas, con precisión; y la corrección, en construir las oraciones de acuerdo con las normas gramaticales de la lengua.
Escribir aceptablemente resulta difícil. Fray Luís de León, en el s. XVI, decía, que el bien escribir "no es común, sino negocio de particular juicio, así en lo que se dice, como en la manera como se dice". Ciertamente, es difícil, aunque no inasequible, se puede lograr un nivel aceptable. Pero no se aprende a escribir espontáneamente; la capacidad expresiva, en gran parte, es un don recibido gratuitamente: resulta de un esfuerzo consciente, de un entrenamiento que, en realidad, no acaba nunca.
Un escrito consta de dos partes: el contenido y la forma, es lo que se dice, y cómo se dice; las dos con su importancia; es imposible separar el pensamiento de la expresión. Pensamos, observamos, comprendemos el mundo por medio del lenguaje. Este es el instrumento que nos permite entender las cosas y no podemos disociarlo de ellas. Lo que no se expresa bien, responde a lo mal pensado; la mala expresión proviene de la deficiente comprensión, de la confusión, del corto saber y escasa cultura. Y, ciertamente, no es un requisito reservado e imprescindible sólo para el literato, del que esté excluido el científico. Ya Condillac decía que "las ciencias no son sino lenguajes bien construidos"; son gramáticas de especialización con su léxico y sus reglas de expresión.
El acto de escribir consiste en organizar de forma adecuada y conveniente la expresión de un contenido mental que se ha de comunicar. Puesto que escribir bien es resultado de pensar bien, no existen caminos especiales en su aprendizaje. Todo escrito viene a reflejar la sensibilidad, la cultura, la capacidad mental y otras muchas cualidades del autor. Por eso, mientras el intelecto se va cargando de conocimientos y se enriquece con el estudio, la observación, la reflexión, la lectura, la experiencia... el posible escritor está aprendiendo. Una mente pobre únicamente llegará a realizar escritos pobres. Esta es la razón, por la que los planes de estudio, en los países de mayor nivel cultural, se concede un rango de máxima importancia al aprendizaje y asimilación de las matemáticas, de las lenguas clásicas y de la lengua nacional; su valor relevante reside en que estas materias vertebran el espíritu lógico, constituyen el sustrato imprescindible para asentarse otros saberes y proveen de capacidad y agilidad mental. Para escribir bien, es necesario dotarse del empleo correcto y amplio del código lingüístico: de las palabras y de .las construcciones sintácticas permisibles. Con lo que se atenderá una de las partes fundamentales de la Retórica, llamada elocución. Después se añade la invención y disposición respectivamente, esto es, hay que decir algo y presentarlo en un orden adecuado. La invención es el arte de "hacer venir" las ideas, extraer del recuerdo y de la experiencia, ideas útiles para la composición. La disposición u ordenación de las partes de un texto resultará también de la capacidad lógica del que escribe, que impondrá un orden de acuerdo con su intención al escribir -exponer, narrar, describir o argumentar-, su punto de vista y los efectos a conseguir. Sin embargo, todo aquello que se desee expresar por escrito, admite varios planteamientos y distintas soluciones posibles; por ello, el estudio de los modelos apropiados, predispone la inteligencia para encontrar los cauces exigibles.
La atención reflexiva de los escritos de calidad y la frecuente lectura de buenos libros beneficia el ejercicio intelectual y la adquisición de hábitos de observación y discernimiento y, al tiempo, inducen a conocer el idioma y a desarrollar la propia capacidad de expresión. Las obras literarias enriquecen el conocimiento del mundo y de la humanidad, depuran la sensibilidad, distinguiendo entre la justicia e injusticia, entre el bien y el mal, perfeccionan el sentido moral del lector y, evidentemente, proyectan en el alma un íntimo goce al espíritu.
La Literatura, en definitiva, viene a ser el principal instrumento de cultura.
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