No debe existir un manifiesto más antisemita y racista que el libro "Mi lucha" escrito por el dictador Adolf Hitler entre 1924 y 1926.
En él pueden leerse pavorosas y solapadas invitaciones a la discriminación y el crimen como:
"Aquel que física y mentalmente no es sano, no debe, no puede perpetuar sus males en el cuerpo de su hijo. Enorme es el trabajo educativo que pesa sobre el Estado racista en este orden, pero su obra aparecerá un día como un hecho más grandioso que la más gloriosa de las guerras de esta nuestra época burguesa. El Estado tiene que persuadir al individuo, por medio de la educación, de que estar enfermo y endeble no es una afrenta, sino simplemente una desgracia digna de compasión; pero que es un crimen y por consiguiente, una afrenta, infamar por propio egoísmo esa desgracia, trasmitiéndola a seres inocentes.
El Estado deberá obrar prescindiendo de la comprensión o incomprensión, de la popularidad o impopularidad que provoque su modo de proceder en este sentido.
Apoyada en el Estado, la ideología racista logrará, a la postre, el advenimiento de una época mejor, en la cual los hombres, no se preocuparán más que de la selección de perros, caballos y gatos, sino de levantar el nivel racial del hombre mismo; una época en la cual unos, reconociendo su desgracia, renuncien silenciosamente, en tanto que los otros den gozosos su tributo a la descendencia".
También es evidente el innegable desprecio hacia otros hombres por su sólo origen racial:
"Repugnante me era el conglomerado de razas reunidas en la capital de la monarquía austriaca; repugnante esa promiscuidad de checos, polacos, húngaros, rutenos, servios, croatas, etc. y, en medio de todos ellos, a manera de eterno bacilo disociador de la humanidad, el judío y siempre el judío".
Y, por supuesto, centenares de menciones humillantes e injuriosas a todo aquello vinculado a los judíos.
Desde lo sarcástico:
"Me sería difícil, sino imposible, precisar en qué época de mi vida la palabra judío fue para mí por primera vez motivo de reflexiones. En el hogar paterno, cuando aún vivía mi padre, no recuerdo siguiera haberla oído. Creo que el anciano habría visto un signo de retroceso cultural en la sola acentuada pronunciación de aquel vocablo".
Hasta lo letal:
"Había llegado el momento de arremeter contra toda la fraudulenta comunidad de estos judíos envenenadores del pueblo. El deber de un gobierno celoso de su misión, hubiera sido – al ver que el obrero alemán se sentía reincorporado a la nacionalidad – acabar despiadadamente con los agitadores que minaban la estabilidad de la nación".
"El antípoda del ario es el judío".
Desgraciadamente, 80 años después, estos funestos principios, causa de discriminación, tortura y muerte de millones de seres humanos, siguen teniendo seguidores en el mundo. Hasta en el llamado "primer mundo".
A pocas semanas del inicio del mundial de fútbol de Alemania, nos enteramos sobre la preocupación de las autoridades anfitrionas respecto de recurrentes episodios racistas, mencionados someramente en el pasado por los medios, pero que a esta altura muestran un odio enfermizo que no puede ocultarse.
Los neonazis, no sólo de Alemania, sino también de Inglaterra, Holanda y otros países europeos se congregaron personalmente en la ciudad de Braunau, cuna de Hitler, y por la Internet, para acordar sus acciones durante el mundial.
Pero no es algo nuevo. En todo caso se trata de algo desatendido hasta la fecha.
En Italia los hinchas de la Lazio cuelgan banderas con la esvástica y en España algunas tribunas vivan a Hitler.
El antisemitismo o, para mejor decir, la judeo-fobia, es una herencia nefasta que demuestra la falta de racionalidad que impera en este mundo; la triste necesidad de muchos de justificar su propia ineficacia encontrando en los judíos al chivo expiatorio que explica su falta de capacidad.
Tan acotada es la inteligencia de estos neonazis xenófobos que para el caso de la selección alemana critican la incorporación del hijo de nigerianos nacido en Hamburgo en 1979, Patrick Owomoyela. Ser negro no está bien visto.
Lo pueden afirmar Eto’o y Asamoah por ejemplo.
El desprecio por los extranjeros está presente en el fútbol europeo.
Algunos de sus hinchas (por suerte una minoría – como no podía ser de otra manera) no advierte que es su propia falta de talento futbolístico el que arrastra a los clubes hacia la compra de jugadores de otros continentes.
Son síntomas preocupantes.
Acontecimientos anticipados en los reiterados ataques a comunidades extranjeras en distintas comunidades de Europa que se publicaron hace algunos meses hacia atrás.
Es habitual observar en la población blanca de la América Latina un injustificable trato despectivo hacia los pobladores nativos de Bolivia o del Perú. Suelen ser calificados de "bolitas", algo equivalente a "negros" en su acepción más despectiva. Nos referimos a esta despreciable actitud como una irrefutable muestra de incivilidad o barbarie.
Por lo visto, la cultura europea que tanto solemos admirar, no supera a la nuestra.
Es tal la falta de sensatez en este mundo, que es necesario que el Centro Simón Wiesenthal advierta a la FIFA para que impida la asistencia de Mahmoud Ahmadinejad, el presidente de Irán, al próximo mundial quien con su presencia y como frecuente instigador de la destrucción de Israel, no haría otra cosa que ser un elemento que eche más leña al fuego neo nazi.
Quiera DIOS y también quiera y haga la silenciosa mayoría de habitantes del mundo que prefieren la convivencia en paz, que el Mundial de Alemania sea una verdadera fiesta deportiva y una muestra masiva e inolvidable de repudio hacia toda forma de segregación y odio.
Algún día llegará el momento de la sensatez; Cuando las mayorías no nazis, no xenófobas, tomen el timón del mundo y le hagan saber a esas minorías intolerantes que vamos a construir un mundo para todos, un planeta Tierra con Verdad y Justicia.
Verdad y Justicia el único camino hacia la supervivencia.
Los creyentes de todas las religiones, junto con los hombres de buena voluntad, abandonando cualquier forma de intolerancia y discriminación, están llamados a construir la paz. (Juan Pablo II)
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