Carne de provocación

El hecho de que el partido que lo llevó a las puertas de Palacio Nacional esté en aptitud de ejercer un poder compartido con otras fuerzas, desde el Legislativo (con la votación más alta y el mayor peso parlamentario en su historia) no constituye para Amlo una alternativa aceptable.

Para él eso es nada y lo arroja por la borda a cambio de seguir luchando por el todo: el proyecto de ejercer el poder total que se disponía a reconcentrar en el Poder Ejecutivo si hubiera ganado la Presidencia de la República.

Por eso hoy no le importan su partido ni los que se le unieron. Al menos no en su función de ejes para impulsar políticas de acción y de alianzas parlamentarias con miras a negociar programas legislativos y acuerdos en asuntos fiscales y presupuestales, como suelen hacer las segundas fuerzas en los congresos de las democracias avanzadas, y más cuando han quedado tan cerca de las primeras.

Si se atiende al programa de acción de Amlo, coreado por sus secuaces, de aquí a mediados de septiembre, no hay más encomienda para los legisladores de su partido —y de los demás partidos de su Coalición— que la de, primero, actuar —como actores de reparto, en el papel de carne de provocación— para tratar de reventar la conclusión del proceso electoral y la consecuente declaratoria de presidente electo, a cargo del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación.

Luego les espera —a estos legisladores— el papel de stunt persons, mujeres y hombres que aparecen en las escenas fílmicas de acción y de peligro, en el espectáculo que Amlo les ordenó que le organizaran para el 1 de septiembre, con el objeto de descarrilar la ceremonia del último informe del presidente Fox ante el Congreso.

O, por lo menos, para decirlo con el bucólico vocero del PRD, para que el informe no sea la escenificación de un “día de campo” presidencial.

De allí el desconcierto ante la acción policiaca que levantó las tramoyas para las escenas peligrosas que querían instalar decenas de extras al mando de dos diputadas-stunt women designadas por el director y protagonista del espectáculo.

Y de allí también los insólitos parlamentos que el protagonista les ha impuesto a las autoridades locales, reducidas por Amlo a papeles bufos: de cínicos de carpa, que apoyan y aplauden la ocupación ilegal de la ciudad, del Zócalo al Periférico por Reforma, al tiempo que denuncian, como lo ha hecho Alejandro Encinas, los problemas de circulación resultantes de las maniobras para evitar que el asalto se extienda al Palacio Legislativo.

Otro llamado a escena programado por Amlo para “sus” legisladores será, dos semanas después, para que actúen como extras aclamando, la noche del Grito, a su caudillo en el papel de Miguel Hidalgo.

Intolerancia

Y al día siguiente los hará debutar como paisaje popular en la Convención que fundará la “República Obradorista”, quizás con algún otro nombre, como el de “Bolivariana” que el caudillo de Venezuela le puso al régimen chavista.

El único desempeño que no espera Amlo de sus legisladores es el de que pretendan hacer política en los espacios de la República legal, que por lo mismo el caudillo ha bautizado como República simulada.

Nada de negociar: conceder y obtener, avanzar y consolidar, entre estancamientos, retrocesos, indefiniciones y ambigüedades, como ocurre en las democracias con poderes de decisión en equilibrio.

No sólo porque aceptar esas reglas de las democracias modernas y sus poderes diluidos imposibilitaría la consolidación de poderes protagónicos (caudillos y líderes providenciales).

Sino por algo más ligado a la estructura de la personalidad de este tipo de personajes. Se trata de un rasgo típico de la personalidad autoritaria, estudiada por Theodor Adorno en 1950 en una obra colectiva con ese título: un rasgo radicalmente incompatible con la democracia moderna y la diversidad de matices, de posturas y de intereses en acción que la conforman: la intolerancia a la ambigüedad.

Las opiniones de estos actores son tajantes, extremas, no admiten diálogo ni debate en materia alguna. El programa de Amlo es inamovible y fue dictado en el Zócalo el domingo.

Por ejemplo, ni discutir siquiera —mucho menos negociar— cambios en la situación de la industria energética, como resultado de un proceso de debate y negociación. La negativa a la participación de capital privado es un tema que no admite ambigüedades (como ninguno otro). Todo se vuelve artículo de fe y la fe no se negocia. Y menos desde situaciones de equilibrio de poderes, que imponen situaciones de indefinición y de ambigüedad que a su vez orillan a ceder si se quiere obtener algo a cambio.

Eso es propio de la “república simulada” de los muchos puntos de vista y de los muchos intereses, que hay que echar abajo para erigir la república de una sola voz, de una sola voluntad.

José Carreño Carlón

Cuando la política promete ser redención, promete demasiado. Cuando pretende hacer la obra de Dios, pasa a ser, no divina, sino demoníaca.

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