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La radicalización de López Obrador está a la vista. Ayer en el Zócalo adelantó que va a (intentar) impedir la toma de posesión de Felipe Calderón como Presidente de la República. Es decir, sabe que el recuento de votos en las casillas que impugnaron y que ameritaron su apertura, no le favorece a él. Ganó Calderón. Ante ello llamó a sus simpatizantes a llevar la movilización hasta sus últimas consecuencias.

¿No que era una exageración decir que López Obrador iba por el golpe de Estado? López Obrador delineó en cinco puntos las acciones a seguir de aquí al 16 de septiembre, fecha en que realizará la “Convención Nacional Democrática” (nombre tomado del EZLN). Y luego remató con un mensaje claro de que “no vamos a permitir la imposición”. En su discurso del Zócalo, López Obrador optó por la vía golpista para acceder al poder o para impedir que lo ejerza el ganador de las elecciones. Anunció que va a combatir a las instituciones democráticas y a las resoluciones que de ella emanen.

Lo que está en juego, pues, es la democracia en México. La Convención Nacional Democrática a la que convocó, se realizará el mismo día y en el mismo lugar donde debe realizarse el desfile militar. La provocación es frontal. Para López Obrador la democracia no es el camino. El camino es la confrontación y el golpismo. Por eso mantiene y aumenta su vigencia la pregunta realizada a los integrantes del ala democrática del PRD: ¿qué van a hacer? ¿Van a permitir que López Obrador y Camacho Solís lleven al país a un enfrentamiento violento por su ambición de poder? ¿Van a permitir que se destruya el PRD en una aventura golpista?

El PRD ha perdido en semanas lo que le costó ganar en muchos años. López Obrador pierde base social y pierde legitimidad de manera acelerada. Muchos de los que votaron por él son demócratas y se sienten sorprendidos por la aventura golpista del ex candidato presidencial. Se está aislando, y se aísla cada día más. Eso es peligroso, pero no hay más remedio. No deja lugar a otro camino. O le entregan la Presidencia o va al choque. ¿Lo va a acompañar el PRD a ese choque? ¿Lo va a acompañar Alejandro Encinas y la policía del Gobierno del Distrito Federal a ese choque?

Su aventura será la culminación de todo lo que se dijo de él. López Obrador confirma paso a paso que teníamos razón cuando repetíamos durante los cinco años de su gobierno que no tenía más objetivo que el poder por el poder. Si lo animara una voluntad de transformación democrática de las instituciones y de las relaciones de poder en el país, usaría la enorme fuerza parlamentaria que los votantes le dieron el dos de julio para impulsar esos objetivos de cambio. Pero renuncia a la utilización de los instrumentos de la democracia y toma el estandarte de las movilizaciones, el boicot y las marchas.

Es la marcha de Mussolini sobre Roma. Esperemos que en México los encargados de proteger el sistema democrático no se dobleguen ante López Obrador, como el rey Víctor Manuel ante Mussolini. Vicente Fox es el primer responsable de garantizar la democracia y el estado de Derecho en el país. Pero no es el único. También los partidos políticos. El PRD tiene la responsabilidad enorme de evitar que aventureros de sus filas destruyan la democracia en México. Los gobiernos estatales tienen responsabilidades en esta hora. Entre ellos, en primerísimo lugar Alejandro Encinas, gobernante de una ciudad ocupada contra la voluntad de sus habitantes.

¿Dónde están los políticos demócratas de la izquierda mexicana? ¿Dónde están los intelectuales democráticos? ¿Creen que fue una broma la cita de Stalin en el documento presentado por el equipo de López Obrador ante el Tribunal Electoral? ¿Creen que es una puntada humorística el retrato de Stalin en el Zócalo, junto a la bandera nacional? ¿Creen que es casualidad que el equipo logístico de López Obrador entretenga a su gente en los plantones de Reforma con videos de Hugo Chávez? ¿Siguen creyendo que López Obrador es un demócrata, a pesar de que nunca en su carrera política ha aceptado una derrota?

Para los que están en la duda de ir o no a la aventura golpista de López Obrador, que además la convoca en nombre de la democracia (¡), no está de más sugerirles el siguiente texto de Felipe González, presentado después de su derrota electoral en 1996. El dirigente de los socialistas españoles había perdido por 300 mil votos de diferencia. Dice:

“Mi convicción profunda de que lo que define a la democracia es la aceptabilidad de la derrota. La aceptabilidad de la victoria es facilísima. Todo mundo está dispuesto a aceptar la victoria en un sistema democrático o no democrático. Sin embargo no sucede así con la aceptabilidad —no la aceptación, que es un momento— de la derrota con carácter previo y posterior al momento incierto, que es esencial para la democracia, en que el ciudadano vota entre una, dos o tres o cuatro alternativas entregando su soberanía individual en manos de líderes y grupos políticos determinados. La aceptabilidad de la derrota es lo que define a un régimen democrático maduro. Se trata de la aceptabilidad de la derrota, no de la victoria”...

“La aceptabilidad previa cualifica a las fuerzas políticas en presencia, porque se comprometen a competir no para ganar, sino para tener una razonable igualdad de oportunidad de ganar o de perder. La democracia tiene un elemento de incertidumbre muy fuerte. Y esa incertidumbre tiene que ser compensada con un compromiso cívico de las opciones, que son ofertas políticas, de aceptar las reglas del juego y, por tanto, de aceptar la hipótesis de la derrota, que es lo que elimina la incertidumbre a partir del pronunciamiento de los ciudadanos”...

“Un factor clave para la aceptabilidad de la derrota es la lealtad constitucional. Algunos creen que las reglas del juego constitucional no son respetables si no coinciden con su apreciación de lo que debe ser la inclusión democrática pluralista. Por tanto, lo primero es la lealtad. Lealtad incluso cuando se nombra un árbitro que interpreta La Constitución, como es el Tribunal Constitucional. A mí no me gustan todas las sentencias de ese Tribunal en España, lo cual no quiere decir que lo descalifique. Aunque no sea la interpretación que me gusta la acepto, porque si no, la convivencia democrática sería imposible”...

“Una democracia incluyente de la diversidad, tiene que ser una democracia excluyente de la violencia. Porque en la democracia se gana por los votos y se renuncia a ganar por las botas (por la fuerza). Hay que optar: o los votos o las botas. Pero quien opta por las botas (por la fuerza) no puede esperar de ninguna manera que los demás le pongan paños calientes por aquello de la tolerancia. El respeto a la otredad significa incluirlo en las reglas del juego, pero la legitimidad democrática del uso de la fuerza se reserva al Estado democrático y nadie más la puede usar”...

“Si un político, al día siguiente de una confrontación electoral o el mismo día porque ha perdido, no digo porque hayan fallado las condiciones de igualdad razonable de oportunidades, sino simplemente porque ha perdido, porque no ha sabido ganar, aparece en los medios públicos afirmando: `Esto es un fraude no podemos aceptarlo´ —nunca dirá `no puedo aceptar´, sino que dice `no podemos aceptar la derrota´— eso puede provocar una ruptura del sistema extremadamente grave en la que con frecuencia ni siquiera se piensa en ese momento pasional en el que deslegitima el resultado. Quien diga eso sin razón, es decir, habiendo perdido por sus propios méritos y no porque no ha tenido condiciones para ganar, se descalificará definitivamente como líder político”...

Esa es la disyuntiva del PRD y todos los demócratas del país. Rechazar el golpismo de López Obrador y mantenerse leales a la democracia, o contemplar impasibles la aventura y acabar aniquilados políticamente.

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